APRENDER A APRENDER
Los diversos modelos educativos en país suelen padecer de una
filosofía de enseñanza aprendizaje, se le enseña de la misma manera a un alumno
que necesita aprender. Como parte de su proceso de integración a la sociedad,
que a un futuro docente que necesita aprender a enseñar estos valores cuando sabemos
que son circunstancias diferentes, por lo que he decidido realizar una serie de
ensayos que trataran diversos aspectos educativos de formación de los docentes
a los alumnos que adolecen los actuales, los modelos de formación para docentes
en los diversos centros de educación superior en nuestro país.
POR
MARIO ALEXIS AYALA P.
La OEA recoge las propuestas de la Unión
Europea y propone entre las ocho competencias básicas la de aprender a
aprender, que en cierto sentido subyace a todas las otras.
La Comisión Europea define esta competencia
como la capacidad para proseguir y persistir en el aprendizaje, organizar el
propio aprendizaje, lo que conlleva realizar un control eficaz del tiempo y la
información, individual y grupalmente.
Esta competencia incluye la conciencia de las
necesidades y procesos del propio aprendizaje, la identificación de las
oportunidades disponibles, la habilidad para superar los obstáculos con el fin
de aprender con éxito Incluye obtener,
procesar y asimilar nuevos conocimientos y habilidades así como la búsqueda y
utilización de una guía, para aprender a
aprender significa que los estudiantes se comprometan a construir su conocimiento
a partir de sus aprendizajes y experiencias vitales anteriores con el fin reutilizar
y aplicar el conocimiento y las habilidades en una variedad de contextos:
En casa, en el trabajo, en la educación y la
instrucción.
En
las competencias de la persona son cruciales la motivación y la confianza.
(Ya en otro ensayo
he hablado de la motivación en el aprendizaje) La competencia de Aprender a aprender, como
todas las demás, por otra parte, implica desarrollar aspectos tanto cognitivos
como emocionales, desde luego, esto supone adquirir determinadas competencias meta
cognitivas, es decir, capacidades que permiten al estudiante conocer y regular
sus propios procesos de aprendizaje.
Pero, de nada sirve conocerse como aprendiz si
lo que “vemos” al analizarnos nos desagrada y nos lleva por tanto a
considerarnos poco capaces.
La autoestima, la capacidad de aceptar el
rechazo que provoca el error, la tensión que implica mantener el esfuerzo…son
algunas de las
La dimensiones de aprender a aprender
que con mayor claridad revelan su naturaleza emocional.
Destacar esta doble dimensión tiene como objetivo
principal enfatizar que los docentes debemos trabajar ambas, no se trata por
tanto de enseñar únicamente determinados recursos que ayudan a planificar y
desarrollar una tarea estratégicamente, sino de acompañar al alumno desde el
inicio de su escolaridad en un largo proceso que le permita conocerse como
aprendiz, aceptarse y aprender a mejorar.
Enseñar a aprender a aprender significa
conseguir que los alumnos y alumnas experimenten a lo largo de su formación el
placer que produce entender algo que antes no comprendíamos, resolver un
problema que se nos resistía, sentirnos capaces en último término.
Enseñar a aprender a aprender puede y debe
hacerse desde la Educación
Infantil, el énfasis en las características
conscientes del proceso de aprender a aprender ha podido llevar a la idea de
que esta disposición sólo puede recomendarse y conseguirse a partir de
determinado momento en el desarrollo.
Sin embargo, esta suposición es errónea, los
niños de preescolar van de hecho desarrollando sus capacidades de toma de
conciencia de sus procesos mentales y de los de los demás.
Por ejemplo, en sus juegos los niños pasan de
jugar solos a incorporar a otros compañeros, con la necesidad que conlleva de
adaptar la propia conducta a la de los otros a través no sólo de la observación
de las acciones externas sino de inferencias sobre sus intenciones o deseos.
Avanzan
también en su capacidad de consolar o fastidiar a sus iguales, y de la misma
manera van apareciendo las capacidades metalingüísticas, además el juego simbólico,
las conversaciones con adultos y compañeros aumentan la capacidad de adoptar el
papel del otro, en los primeros niveles podemos comenzar ya a instaurar el hábito
de interrogarse por cuáles son los objetivos, qué pasos hay que dar, lo hemos hecho
bien o mal, qué otra cosa podemos hacer qué nos gusta más de aprender y qué nos
resulta más difícil. Esto siempre recordando que la acción es lo esencial en
estas edades y que demandas excesivas de explicitación pueden resultar tediosas
y prematuras. Investigaciones y experiencias de aula con preescolares (Lacasa y
Herranz,
1995; Real y Tena, 2005) han constatado que
niños y niñas de estas edades pueden llevar a cabo actuaciones estratégicas en
situaciones de aprendizaje cooperativo, por supuesto, la índole de las tareas o
el apoyo de los adultos se transformará en cada etapa escolar pero el hábito de
aprender a aprender se construye desde el comienzo de la escolaridad.
No se puede enseñar a aprender a aprender al
margen de los contenidos de las áreas del currículo, aprender a aprender
necesita de cada área para su desarrollo por tanto, no abogamos por la
introducción de programas generales sobre razonar, observar o recordar, la
utilización de algunos de ellos, como el Programa de Enriquecimiento Instrumental
que cuenta ya con cierta tradición en nuestro medio educativo.
Aunque
pensamos que estos programas, como otros relacionados, por ejemplo, con la
enseñanza de las habilidades del método científico, pueden ponerse al servicio
de prender a prender, no comparten los mismos objetivos y, lo que es
fundamental, alcanzar la transferencia de las habilidades incluidas en aprender
a aprender supone que éstas formas ineludiblemente parte de las áreas
curriculares de Educación Infantil, Primaria o Secundaria.
¿Cómo se enseña a aprender a aprender?
En el apartado anterior ya se ha contestado en
parte a esta pregunta: se enseña desde el inicio de la escolaridad y es
responsabilidad de todos los docentes y del conjunto de las áreas curriculares.
Querríamos ahora referirnos sucintamente a
algunos principios metodológicos especialmente relevantes para este ámbito del
conocimiento. El primero de ellos se refiere a la importancia que tiene
explorar las concepciones que estudiantes y docentes tienen sobre el
aprendizaje.
En concreto, las creencias sobre la
inteligencia pueden influir específicamente en el proceso de aprender a
aprender a través de tres ideas concretas: qué piensan los estudiantes que
significa ser inteligente, sus creencias sobre el carácter estable o
modificable de la inteligencia y sus teorías sobre el origen de las diferencias
individuales.
Con demasiada frecuencia encontramos que los
propios docentes tienen una representación demasiado simplista de lo que
significa ser inteligente y aprender, una concepción en la que el aprendizaje
se entiende como una copia de la realidad y el papel del aprendiz depende de rasgos
que no es fácil modificar, la influencia de estas concepciones sobre la
práctica docente es muy importante y los estudiantes a su vez van construyendo
su forma de entender el aprendizaje a partir de las prácticas educativas en la
que se ven insertados.
Por lo tanto, ayudar al profesorado a que
enseñe a aprender a aprender implica ante todo ayudarle a tomar conciencia de
los que piensan y modificar sus concepciones si es que están son
excesivamente simples, asimismo, supone hablar explícitamente en clase con los
alumnos sobre lo que es aprender y discutir lo que ellos y ellas piensan.
Un segundo principio metodológico implica
enseñar al alumnado a regular sus propios procesos de aprendizaje, es decir a
planificar, supervisar y evaluar su comportamiento cuando se enfrenta a
cualquier tarea escolar. Antes de comenzar con la planificación, nuestros
estudiantes deben preguntarse por los objetivos de esa tarea.
Aunque parezca trivial, preguntarse dónde se
quiere llegar, no siempre es un hábito consolidado en los estudiantes y, sin
embargo, es condición indispensable para avanzar de forma reflexiva en los
siguientes pasos del proceso.
De otra forma, cómo planificamos o cómo
sabemos si nuestros resultados son los correctos, los docentes debemos hacer
explícitas las metas sabiendo que, a pesar de esta declaración, no siempre se
comprenden bien, por otro lado, no sólo debe dejarse claro dónde hay que llegar
sino también los criterios de calidad, lo que tendremos en cuenta para juzgar
si la tarea está o no bien resuelta.
Mientras se realiza la actividad, hay que
enseñar a los alumnos a centrar la atención fundamentalmente en saber si el
camino emprendido se adapta a los objetivos establecidos anteriormente y cómo podemos
actuar en caso contrario, finalmente es preciso supervisar los resultados.
Este aspecto no sólo tiene como objetivo
mejorar el resultado específico logrado sino también, y especialmente, revisar
el proceso de aprender. Aunque parezca trivial, la primera pregunta que debemos
hacernos es si la tarea está concluida y, para ello, debemos traer a la mente
los objetivos que nos marcamos y lo que sabemos son los criterios de logro, esta
comprobación significa además verificar si nuestras respuestas son plausibles,
supone asimismo analizar si hemos sido eficaces al resolver el problema o
hubiera sido mejor hacerlo de otra manera y, muy importante, reflexionar sobre
lo que hemos aprendido.
Enseñar a aprender a aprender se apoya en
tercer lugar en ayudar a los alumnos a que realicen atribuciones adecuadas de
sus éxitos o fracasos, para prestar atención a las justas dimensión emocional a
la que se hizo referencia en el apartado anterior, debemos ayudar a que los
estudiantes a que atribuyan los resultados de su proceso de aprendizaje a causas
que están bajo su control y que son modificables.
Si alguien piensa que no tiene capacidad o que
“se le da mal” una asignatura, difícilmente se va a poner a la tarea de aprender
ni va a mantener el esfuerzo que ello implica, sin embargo, si acepta que el resultado
se debe al tiempo que ha estudiado o a la manera en la que lo ha hecho, el problema
tiene solución; exige trabajo y disciplina, pero puede resolverse.
Estos estilos atribuciones que se construyen,
uno no nace con ellos y los docentes tenemos mucha influencia en ellos.
El cuarto recurso metodológico al que
queríamos hacer referencia es la escritura epistémica, son muchos los estudios
que ponen de manifiesto la gran capacidad del lenguaje para hacer explicitas
ideas y conocimientos que tenemos pero que no sabemos que tenemos o que se
“aclaran” al muy habitual la experiencia de querer comunicar una idea y acabar
diciendo “no sé cómo decirlo”.
Esta dificultad es interpretada por varios autores
como una manifestación del costoso proceso de hacer explícito lo que está
implícito.
El lenguaje cumple una función de andamiaje
del pensamiento, al verbalizar lo que vamos pensando, se ordenan las ideas
porque se toma conciencia de ellas.
Este papel del lenguaje oral se ve potenciado
cuando se utiliza la escritura.
El texto escrito tiene una serie de
características que favorecen su función de apoyo al razonamiento y en este
caso al aprendizaje.
La primera de ellas se refiere a la mayor exigencia
de precisión y rigor en los términos que se utilizan, lo que obliga a definir mejor
lo que quiere comunicarse exactamente. Por otra parte, la distancia tanto temporal
como espacial del autor y el lector exige que el primero haga explícitos en el texto
todas las claves que pueden ayudar al lector a interpretar la información de acuerdo
con la intención de quien lo ha escrito.
Esto implica entre otras cosas especificar lo
más posible la relación entre las ideas que se expresan, como es bien sabido un
aprendizaje es más significativo cuanto más ricas son las relaciones entre los distintos
conocimientos.
Por tanto, reflexionar sobre las conexiones
entre distintos aspectos del contenido sobre el que se esté escribiendo debería
permitir profundizar en el aprendizaje.
Por otra parte, cuando uno escribe tiene que
representarse las características de la “audiencia”, lo que esa persona ya sabe
y no hace falta por tanto explicarle, lo que puede resultarle más importante,
lo que le gusta, lo que le interesa...en último término, los principales rasgos
de la mente del lector. Escribir implica desde esta perspectiva, importantes
capacidades mentalistas, propias de los procesos meta cognitivos.
Finalmente, el texto escrito se elabora con un
tiempo más pausado que el lenguaje oral, lo que permite, si bien no asegura,
mayor planificación y sobre todo la posibilidad de revisar lo escrito durante
el proceso y al finalizarlo.
La mayor serenidad de la escritura es también
especialmente propicia para la regulación emocional, no es sencillo tomar conciencia
de los sentimientos, por otra parte hacerlo no asegura controlarlos, pero ayuda
en gran medida, como hemos venido comentando, la prioridad debería centrarse
por tanto en que los equipos docentes acordaran realizar en todas las materias
y a lo largo de todos los cursos resúmenes, mapas conceptuales, síntesis,
comentarios de texto, reflexiones sobre el aprendizaje, en síntesis tareas de
lectura y escritura reflexiva.
El
trabajo colaborativo constituye uno de los pilares de aprender a aprender.
Trabajar con otros ayuda a tomar conciencia de
los propios procesos cognitivos y emocionales. , al trabajar con los otros,
debemos ponernos de acuerdo en los objetivos y, por tanto, pensar sobre ellos;
debemos acordar cómo avanzar, pensar sobre las estrategias y pasos; debemos
detectar errores propios y ajenos, y dar explicaciones de por qué lo
consideramos un error; debemos llegar a una solución compartida, y explicar por
qué ésa es la solución correcta es decir que el
aprendizaje en colaboración no puede darse sin leer nuestra mente, leer la de
los demás y buscar las vías de comunicación entre ambas, nos conduce a
explicarnos frente a nosotros mismos y los demás, a controlar y a inhibir
nuestras respuestas y a ser flexibles para adaptarnos a la situación y al
grupo.
Finalmente, para ayudar a los alumnos y
alumnas a aprender a aprender es preciso que los docentes evaluemos de acuerdo
a los principios de la evaluación.
Se trata de evaluar de tal manera que el
proceso, además de servir al profesor para regular la enseñanza, le permita al
alumno autorregular su aprendizaje, para ello, el estudiante debe ser capaz de
identificar cuándo aprende y cuándo no y sobre todo qué de lo que hace es lo
que le ayuda a aprender la autoevaluación y la evaluación son procedimientos
útiles para poner en marcha la evaluación formadora.
Aprender a evaluarse a uno mismo no es tarea
fácil y necesita ejercitarse para llegar a formar parte del repertorio de
capacidades consolidadas del alumno.
Por
ello es importante que sea una práctica que se utilice desde los primeros años
de la escolaridad aunque lógicamente vaya modificándose a lo largo de las
etapas de escolarización.
Bibliografías
consultadas.
Desarrollo psicológico y Educación. (Separata)
Jarba, J. y Sanmartín, N. (1996). Enseñar,
aprender y evaluar: un proceso de evaluación continua. Madrid: Ministerio de
Educación y Cultura. (Revista)
Monereo, C. y Castelló, M. (1997). Las estrategias
de aprendizaje. Cómo incorporarlas a la práctica educativa. Editorial trillas. Barcelona.
Vygotsky, (1977). Pensamiento y lenguaje.
(Separata)
Vygotsky, (1979). El desarrollo de los procesos
psicológicos superior. (Separata)
San
Salvador 14 de Septiembre de 2011
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