La
falta de vitamina p
En estos días de “gran civismo y fervor
patriota” Salarrué nos deja una vez más su legado de amor a la patria.
Por: Lic. Mario Alexis Ayala P.
12-09-2012
Salarrué
En mi patria a veces
pareciera que nunca anochece, pero descubro que realmente siempre ha estado
oscuro.
Luego se dibuja en su naturaleza,
cultura que desconocemos de ella el reclamo de que la hemos olvidado para
usarla de acuerdo a nuestra mezquindad.
La patria es el recuerdo de la madre, la calidez que nos da
su resplandeciente sol.
El disfrute de la multitud del carnaval, así como la quietud del domingo
de resurrección, de igual la ansiedad de sonreír y saludar, la carcajada suelta
de nuestra gente, esa misma que no sufre al levantarse y marchar a la vida
diaria, dura vida: la madre salvadoreña que lucha sola al frente de su prole.
Mi sentimiento de patria juega, como los cipotes juegan a la
pelota sobre el pavimento sin zapatos evadiendo los vehículos apresurados.
Son los niños que corren hasta el dolor de estomago y gritan hasta
quedarse mudos, juguetean bajo la lluvia hasta regresar caretos a casa y luego
pícaramente lloran para obtener el perdón de la abuela; esa viejecita que
siempre habla hasta quedarse dormida en la silla de cuerdas plásticas.
La Patria no son las cachiporristas o
improvisados futbolistas imaginándose ser estrellas mundiales.
No me gusta mi patria, pero la amo
Me odio a mí mismo, y los odio a todos cuando nos enfrentamos los unos
contra los otros a causa de banalidades mentales; odio los inviernos largos que
dejan a su paso más pobreza y menos sonrisas en los rostros de los niños que
sin pensar nacen a borbollones en esta patria que muy poco podrá
ofrecerles.
Yo no soy patriota,
Yo soy salvadoreño,
El que se emborracha porque esta triste, porque esta alegre, porque no
se puede ir, y, por que se fue.
El autentico, no el patriota.
Mi sentimiento de patria descansa en los indígenas que al
jugar con la tierra crearon maravillas para la humanidad: un comal
negro o bien Tazumal, esa misma raza que llego después mestizada,
cristianizada, civilizada a la fuerza a las ciudades a cuidar niños y, lavar
ropa ajena, los que no saben leer y escribir, pero cantan el himno nacional.
Son esos silenciosos y temerosos salvadoreños que allá, al norte del
continente les llaman cafecitos,esos mismo que murieron o nunca
volvieron de su intento de vivir mejor.
Mi sentimiento de patria tiene una juventud que escribe y
pinta por los muros de la ciudad la violencia, el amor y el odio de la pandilla
que se devora a sí misma y a nosotros con ella.
En esta patria se sufre, ríe, mueres y revives
cotidianamente, cuando vas quedando en medio de los que envejecen y crecen y
luego estas solo, tan solo que te golpea el reflejo del sol inclemente que cae
sobre el concreto de la acera por donde caminas y no te importa.
Es cuando en las mañanas deseas cruzar el espejo, para terminar de una vez
por todas con todo, cuando has llegado al punto de entender que tu madre tierra
a muerto y tu padre te ha abandonado y eres por consecuencia el más
subdesarrollado de sus hermanos.
Necesitas entonces volver a comenzar, buscar en tus raíces, en la antigüedad,
ese honor que está olvidado, en la infancia: la que nunca debimos perder, la
oportunidad de creer otra vez.
Y allí, quizá solo y frente a tantos y tantas que no entienden tu idioma
puedas hacer una patria nueva donde la mayoría deje de estar muerta antes del
apocalipsis.
En El Salvador, mi patria, esto es cosa de todos los días, una y otra
vez.
En mi patria a pesar de todo esto amanece, con un sol radiante en espera de hacer el
nombre de Dios pronto.
A pesar de la falta de vitamina P, en mi patria amanece.
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